La dominicana Providencia Paredes acompañó a los Kennedy en su estancia en la Casa Blanca (1961-1963) como asistente personal de la primera dama. En 2013, dos años antes de su muerte, Paredes recibió a BBC Mundo en su casa para compartir sus recuerdos sobre la pareja presidencial, en un encuentro que quedó reflejado en una nota que recuperamos con motivo del 60º aniversario del asesinato de John F. Kennedy.
Jacqueline Kennedy, una de las mujeres más elegantes de su época y un icono de la moda, contó con una dominicana como su mano derecha en la Casa Blanca.
Siempre encargada de cada detalle del vestuario de la primera dama, Providencia Paredes acompañó a los Kennedy en su estancia en la presidencia (1961-1963) y pudo -como ella misma lo dice- “poner los pies donde los pusieron ellos”.
Eso incluye desde los corredores y habitaciones más íntimos de “ese casón tan grande” en el centro de Washington, hasta los viajes por el mundo en el avión presidencial Air Force One o las vacaciones de Navidad privadas en el estado de Florida.
Son tantos los recuerdos de esa época privilegiada, que “Provi” -como la han llamado todos excepto el Servicio Secreto, para quien era “la princesa mexicana”- salta de un tema a otro para capturar de nuevo, así sea por un instante, esos años que marcaron tan profundamente su pasado.
Sangre en el vestido rosa
Para haber vivido tantos momentos con los Kennedy desde que comenzó a trabajar para ellos en los años 50, cuando John era senador, es curioso que Providencia se haya perdido el más impactante de todos: el asesinato del presidente.
Justo para ese viaje fatal, ella había pedido permiso para quedarse con su hijo Gustavo, quien ahora está sentado al lado de ella y le ayuda a buscar las decenas de fotografías, revistas viejas y libros que hablan de su paso por la Casa Blanca.
Aunque no viajó a Dallas con la comitiva, su trabajo silencioso sí quedó para la posteridad, pues fue ella la que le ayudó a escoger a Jacqueline el vestido de lana rosa, con el casquete acompañante, que terminaría embadurnado de sangre. Es el mismo traje que aparece en innumerables fotos de ese 22 de noviembre y que luego, todavía sin limpiar, fue enviado al Archivo Nacional con la orden de que no fuera mostrado en los siguientes cien años.
Quizá por coincidencia, Paredes también viste de rosa cuando recibe a BBC Mundo, aunque aclara rápidamente que es un tono distinto al que usó su antigua jefe. Lo dice con conocimiento de causa, pues pocas personas vieron tan de cerca el armario de la elegante primera dama.
Paredes está sentada en la sala de su casa en Washington y en todas las direcciones hay objetos sobre los Kennedy. Es, sin duda, un pequeño museo íntimo.
En la mesa frente a ella hay 19 libros sobre ellos. En las paredes, imágenes autografiadas de su paso por la Casa Blanca. En los cajones y anaqueles, hojas rasgadas de medios impresos que dan cuenta de cómo ella fue testigo de esa vida ambivalente -entre afortunada y trágica- de una de las familias más recordadas e importantes de Estados Unidos.
Por ese carácter tan particular que confiere el apellido Kennedy, llama la atención la humildad en su respuesta cuando se le pregunta por su primer día en la Casa Blanca: “Yo pensé que era un trabajo como otro cualquiera”.
“Tengo que atender a esta señora y [cuidar] su ropa. No puedo fallarle. Si no, ella me bota”.
Mala suerte
En el museo privado de Providencia Paredes faltan, sin embargo, muchos objetos.
Hace algunos años, ella decidió desprenderse de decenas de recuerdos y los subastó. Según consta en la casa de subastas Hantman’s, Providencia entregó fotografías y cuadros autografiados, zapatos italianos de Jacqueline, documentos de viajes presidenciales al extranjero, tarjetas de Navidad y copias de discursos, entre muchísimas otras cosas.
Para ese entonces, la dominicana ya se había separado de los Kennedy, aunque nunca ha dejado de estar en contacto con ellos.
Tras la muerte de John en Dallas, Providencia siguió fiel a Jackie, convertida de repente en una joven viuda, y decidió trabajar temporalmente para ella en su nueva residencia, en Nueva York.
Pero pronto terminaron por cansarla los constantes trayectos entre la Gran Manzana y la capital, donde vivía su propia familia, y decidió separarse de la exprimera dama laboralmente.
Las dos mujeres, eso sí, siguieron viéndose con algo de frecuencia y compartieron una última vez poco antes de la muerte de Jacqueline, en 1994.
Ese es un recuerdo del que “Provi” no quiere desprenderse. Su hijo Gustavo saca de un cajón una fotografía algo arrugada, en la que se les ve a los dos -madre e hijo, de luto- en el entierro de la que fue una de las mujeres más distinguidas del país.
“Me da tanta tristeza un día como hoy”, dice Providencia.
“Me ha hecho mucha falta ella. Tan buena que era esa familia, pero tiene mucha mala suerte”.
Tomado de BBC Mundo